Las preocupaciones que esto genera se agudizan constantemente en la comunidad científica: al día de hoy, las marcas térmicas de la región ártica se incrementan al doble del promedio mundial, lo que actúa sobre el permafrost, cuyo rápido colapso, que puede producirse en días o semanas, también altera paisajes que tardaron millones de años en formarse.
Esta situación, advirtió Miriam Jones, coautora del informe, provoca que los ecosistemas forestales dejen lugar a lagos de deshielo o a humedales, alterando el hábitat de la vida silvestre.
El peligro del metano
En contraste con el derretimiento gradual, el carácter abrupto de este proceso actúa en tiempo acelerado sobre las reservas de carbono más profundas, lo que deriva en la liberación de metano, un gas que tiene un efecto invernadero mucho más fuerte que el dióxido de carbono.
"Estamos viendo a este gigante dormido despertarse justo frente a nuestros ojos. Está ocurriendo más rápido de lo que nadie predijo", aseguró Turetsky. Y agregó que ha podido comprobarse que, aunque la "abrupta descongelación afecta a menos del 20 % de la región del permafrost", las "emisiones de carbono de esta región relativamente pequeña tienen el potencial de duplicar la retroalimentación climática asociada".
Frente a esta situación, el equipo de científicos recomendó reforzar los controles sobre este sector del Ártico y los efectos de su deshielo, con la consecuente reformulación de las políticas de gestión ambiental.
"Si logramos limitar las emisiones humanas, aún podremos frenar las consecuencias más peligrosas del calentamiento del clima. Nuestra ventana de acción es cada vez más estrecha, pero aún la tenemos y podemos hacer cambios para salvar el Ártico como lo conocemos y, junto con él, el clima de la Tierra", aseveró Turetsky.